El Secreto de los Balbo, en palabras del escritor y periodista Juan José Téllez

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El Secreto de los Balbo, en palabras del escritor y periodista Juan José Téllez

José Antonio Ortega, probablemente, no sepa que ha escrito la novela perdida de Fernando Quiñones. El escritor gaditano soñó, en su día, con escribir una larga narración sobre los Balbo –tío y sobrino–, quienes consiguieron la ciudadanía romana para todos los gaditanos y apoyaron a César en la guerra civil.

En “El secreto de los Balbo”, Ortega enmascara su pluma –sólida y amena– bajo el juego de que se trata de una especie de memoria, que resultaría de “una adaptación del texto latino publicado bajo el título De secreto Balborum –Sobre el secreto de los Balbo– e incluido en una edición de 1826, impresa en Berna, de la que se conserva un ejemplar en la Biblioteca apostólica Vaticana y otro en la Biblioteca de la Abadía de Saint Gall”.

La acción gira en torno a dos personajes singulares, conocidos bajo el mismo nombre, Lucio Cornelio Balbo, llamado Balbo el Mayor (Gades, 97  ó 100 a. C. – fecha de la muerte desconocida) y su sobrino, apodado Balbo El Menor. El primero de ellos fue un político y gobernante hispano que ocupó los más altos puestos en la República de Roma, siendo el primer extranjero en conseguir el honor de cónsul en el año 40 a. C. Pertenecía a una poderosa familia de origen púnico enriquecida por el comercio, pero él cosechó fama de usurero y de intrigante: en el teatro romano de Cádiz, por ejemplo, se descubrió hace unos años la primera pintada de la historia en la que se le llama “Balbo Latro”, “Balbo ladrón”, cincelada sobre el sitial que presumiblemente ocupaba en dicho recinto.

Portada del libro "El Secreto de los Balbo"El poder de Balbo el Mayor fue considerable, tras convertirse en consejero de Cayo Julio César, nombrado cuestor en la Bética, en el año 69 a. C. Este encuentro resultaría crucial para su futuro, ya que se convierte en confidente y amigo del futuro dictador. El fue quien le llevó al templo gaditano de Melkart, el origen del mito de Hércules, a rezar ante el viejo dios fenicio. Suetonio nos cuenta que, allí, «al contemplar una estatua de Alejandro Magno se echó a llorar, como avergonzado de su inactividad pues no había hecho todavía nada digno de memoria en una edad en la que ya Alejandro había conquistado el orbe de la tierra».

En el año 60 antes de Cristo, Balbo ya aparece en Roma como hombre de confianza de Julio César y las crónicas le dibujan como uno de los artífices del acuerdo que facilitó el triunvirato entre César, Pompeyo y Craso. En el 59 marcha junto a César a su campaña de las Galias siendo su enlace con Roma, adonde viajaba continuamente para mantener informado a César de los acontecimientos políticos en la capital. A Balbo se le atribuye la creación de uno de los primeros servicios secretos de la historia, consolidando su poder en el Imperio. Desde dicha posición, llega a financiar algunas campañas bélicas, siempre al servicio de Julio César, con quien urde el pacto de Lucca con Pompeyo en el año 56 a.C. No pudo impedir, sin embargo, la guerra civil que, en gran medida, también tuvo un claro reflejo en Hispania. Gades apoyó al bando de César mientras que los pompeyanos intentaron encontrar refugio en la campogibraltareña Carteia. Desde allí, tras la batalla de Munda en el año 45, Cneo Pompeyo intentó escapar haciéndose a la mar, perseguido por la flota de Gades al mando de Didio. Después de una tenaz resistencia, sus partidarios y él mismo fueron exterminados, y su cabeza llevada a Gades ante César el 12 de abril y expuesta a la vista de todos sus habitantes.

El asesinato de César, sobre el que gira en gran medida la novela de José Antonio Ortega, se produce un año después, en el 44 antes de Cristo, pero la historia de Balbo prosiguió luego: de hecho, organizó un partido cesariano en apoyo de Octavio frente a Marco Antonio, otros de los protagonistas de este libro. Cuando ambos llegan a un acuerdo en el año 40 a. C., Balbo fue honrado con el consulado, siendo el primer no itálico en conseguirlo. Poco después se retira de la política activa para seguir apoyando a su sobrino.

Quiñones no pudo escribir su novela sobre los Balbo pero, en su libro “Las crónicas de Hispania”,  de 1985, nos dejó escrito un poema que podría prefigurar su opinión sobre dicho personaje y sobre su tiempo, con alusiones al teatro romano que la familia Balbo construyó o al garum que procedía de Baelo Claudia, aunque no mencione a las “puellae gaditanae”, las bailarinas de Gades, que hicieron sonar sus crótalos en la Roma imperial:

BALBO

Cádiz, quinta década antes de Cristo
Naves no han de llegar con este viento
y todo está ya a punto, dispuestas
las vestimentas y las máscaras,
limpios el escenario, el graderío…

Hablaba el amo de que muchos
vendrían también por la Calzada Grande
de la mar, pero apenas si he visto forasteros.

Van el vino y el gárum a sobrar en las ánforas,
y estos tiempos contrarios harán ruina
la representación.

El señor quiso
que los esclavos viéramos ayer el ensayo final
de su drama en honor del César
apuñalado en Roma. “Mi tragedia –decía,
y esta mañana volví a oírselo−
ha de traer aquí gente de toda
la Bética, herirá los corazones,
secará los pozos…”

Pero el viento borraba las palabras
de los actores, arremolinaba
contra sus caras los ropajes,
la arena enceguecía al coro.

Y ahora no hay nadie. Sólo sus dolidas
fidelidad, soberbia,
se obstinan en mover los hilos muertos de la trama.

Ese es el contexto sobre el que José Antonio Ortega ha construido una novela hábil, eficaz en su planteamiento, rigurosa en su contexto y amena bajo las condiciones habituales de la novela histórica. Bajo una espléndida edición de GoodBooks, el hilo argumental se centra en un crimen que no llegó a ser resuelto y que habría tenido lugar quince años antes del asesinato de Julio César, a partir de que el futuro emperador alcance su primer consulado en el año 59 antes de Cristo.

La secuencia histórica de esta narración transcurre durante la transición de la República al Imperio, pero brinda algunas claves que dibujan una versión original del célebre magnicidio de los idus de marzo. Aunque existen personajes de ficción –como la ardiente Clio–, la novela de Ortega está habitada por personalidades que existieron y que han dejado un rastro muy diverso en la historia, desde Cleopatra y Marco Antonio o la controvertida relación de este con Gayo Octavio, que luego habría de convertirse en César Augusto. Ortega sabe dibujar también, con tanto rigor como soltura, a personajes secundarios de esa misma atmósfera, como es el caso de Atia Balba, fémina reverendísima, un ejemplo clásico de matrona romana: que nadie lo dude, sea dios o no lo sea, concluía su leyenda.

Ortega nos plantea una novela llena de información sobre la antigüedad romana y partiría de un supuesto manuscrito firmado por Lucio Cornelio Balbo El Menor entre los 9 y 10 de nuestra era, poco antes de su muerte en la colonia romana de Norba Caesarina. Tras la muerte de César, Balbo el mayor se posicionará a favor de Octavio y asistirá a su guerra con Marco Antonio.

El autor de esta novela, José Antonio Ortega, nació en Los Barrios,  el 4 de enero de 1965. Periodista y licenciado en Ciencias Políticas y Sociología, hasta la fecha ha publicado cuentos y poemas en antologías compartidas y revistas literarias, tanto en España como en el exterior, y tres libros: “El Reino de las Sirenas” (Ediciones Atlantis, 2011), una sorpresa literaria en toda regla; “El clan de los ilusos” (Publicaciones del Sur, 1999) y “Viaje de regreso” (1996). Sin embargo, desde niño le gustaron las películas de romanos y los libros que transcurrían en dicha etapa histórica. Así que cuando empezaba a soñar con la literatura, con tan sólo catorce años, decidió escribir una historia que transcurría en un circo de Roma y que, lógicamente, decidió que nunca viera la luz. Ahora, durante los últimos tres años, se ha reconciliado con ese mismo ámbito, con mucha más experiencia literaria y una clara concepción del artefacto que supone la construcción de una novela.

El periodismo, que ha cultivado en Europa Sur, El Faro de Algeciras Información, Viva Campo de Gibraltar, o en el periódico digital Noticias de la Villa, le ha brindado la experiencia necesaria en materia de documentación para trazar un formidable retrato coral de la Roma imperial, con un lenguaje sabiamente inspirado en las traducciones clásicas latinas. Se trata de un simple ropaje porque, más allá de las convenciones de la historiografía, el relato que urde deja escapar siempre al narrador de raza que encierra y que ahora corona con la precisión de un orfebre y con la intrepidez de un aventurero, algo más que la ficción de un enigma. Quizá en el secreto de los Balbo podamos descubrir otros secretos de la historia y de nuestro propio mundo. Lo que ya ha dejado de ser un secreto es la calidad literaria de quien lo escribe.

 

Juan José Téllez


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